En los años 20 del pasado siglo la fotografía de moda aún se encontraba casi en sus orígenes. En la década anterior el Barón de Meyer, a quien se considera el gran padre de la foto de moda, había conseguido que formase una parte importante de diversas publicaciones y, mucho más importante, que dejase de ser una mera réplica del figurín ilustrado.
Pero en los años 20 y 30 la fotografía de moda da un gran salto de la mano de fotógrafos como Edward Steichen, Hoyningen-Huene, o Horst P. Horst. Estos grandes artistas introdujeron el Modernismo en la imagen de moda, sacándola de la corriente pictorialista que había triunfado en años anteriores y renovándola con una estética mucho más puramente fotográfica.
Si nos paramos un momento a analizar estas tempranas imágenes, lo primero que podemos destacar es el uso de la forma como elemento protagonista. La geometría modernista está presente en todas y cada una de estas imágenes. Por regla general, los fondos están salpicados de líneas rectas, sobre los que destaca el elemento curvo: la mujer, protagonista por excelencia de la imagen de moda. Acompañando la curva femenina, muchas veces las composiciones se complementan con una serie de objetos cotidianos que ayudan a crear este contraste geométrico: la línea curva frente a la línea recta.
También tienen especial relevancia dentro de este estilo la importancia de las siluetas, que toman la forma de esos elementos geométricos convirtiéndose en figuras planas cargadas de líneas. Es curioso observar como ya en los tempranos años 30 la fuerza de la composición en la imagen de moda prima por encima del detalle del vestido. Podemos observar siluetas en elementos del decorado que se sitúan en el primer plano, en la propia figura femenina, que muchas veces oculta su cara manteniéndose en la sombra, o en las sombras proyectadas contra los fondos, recurso que ya comienzan a utilizar estos grandes pioneros de la iluminación.
Y es que a diferencia de las imágenes de moda que habían precedido el movimiento modernista, y diferenciándose también de la imagen realista que lo sucederá, los modernistas van a olvidarse de los grises medios centrándose en los blancos y en los negros, llenando las imágenes de interesantes contrastes.
No nos pasan desapercibidos los curiosos esquemas de iluminación que empleaban, tan diferentes a los que estamos acostumbrados a ver hoy día. Se ha hablado mucho de la magia de la iluminación de los años 20 y 30. Hoy día se parece mucho más a una iluminación teatral que a una iluminación típica de un estudio fotográfico; grandes contraluces cenitales marcan brillos en el cabello y los hombros de las modelos, provocan contraluces y marcan esas siluetas de las que hemos hablado. Esta luz teatral deja muchas veces el rostro del modelo en un segundo plano, ocultando la mirada, marcando sombras e incluso dejando subexpuesto al sujeto protagonista. Una vez más, la forma prima por encima de todo.
Queda hablar de las musas, de las protagonistas de estas escenas, esas mujeres elegantes y sofisticadas que supieron luchar por sus derechos en la época que les tocó vivir. Liberadas por fin de la cárcel de los atuendos en los que estuvieron encerradas durante tantos siglos, visten vestidos sueltos, mucho más funcionales. Sus poses son tranquilas y relajadas, no son agresivas, pero no son estáticas. De alguna forma nos trasmiten la sensación de que se están empezando a mover, poco a poco, de una forma muy sutil. No miran desafiantes a cámara pero tampoco están quietas. Sus manos buscan algo que hacer, una pequeña acción que será el comienzo de una progresiva y gran revolución. Una actitud que estos grandes maestros, estos primeros gurús de la moda, supieron ver, y supieron reflejar.